Dícese de la hembra de la especie humana que, una vez mirada, nunca es posible olvidar sus extensiones de cabello, sus largas uñas con decoraciones de aves, corazones, brillantes y hasta malverde!, sus dientes blancos, su bello rostro acentuado con maquillaje, su ropa y accesorios fulgurantes, sus zapatos de tacón alto, su impúdico escote y sus nalgas. Dícese de la bípeda mamífera que le pertenece a un buchón, que le paga todos los caprichos, la envía a Guadalajara a que un cirujano plástico le arregle las imperfecciones, es parte de su equipaje de viajero, cumple sus fantasías eróticas o la utiliza para fanfarronear.
Trae los pies enfundados en unas zapatillas de Dolce&Galbana que la hacen crecer diez centímetros. Sus tobillos, piernas, muslos y glúteos vienen protegidos por unos jeans Versace que compró cuando se relacionó por tercera vez con un buchón. Trae un cinturón de plateados círculos entrelazados comprado en el centro de Culiacán, donde toda la ropa es obscenamente brillante. En las muñecas trae pulseras con diamantes y un reloj Cartier, obsequio de su penúltima pareja, que ahora está muerto. Sus extensiones rojas combinan con sus uñas, a las que la manicurista les dibujó unas flores con corazones; presume que pagó 20 mil pesos en la estética para que todo estuviera en su lugar. Su rostro es un poema. Pero lo que más sobresale es el top negro Bebe: si se ha operado los senos, si el médico le cobró 45 mil pesos por aumentar dos tallas, está consciente de que los debe exhibir. Y lo hace.
Fuego tiene 20 años, va a la mitad de su carrera y vive en uno de los barrios más pobres de Culiacán. Una amiga suya la define como una rosa en medio de magueyes.
Ahora es mediodía y llega al restaurante. Camina con altivez. Se sienta, cruza la pierna izquierda, enciende un cigarro, se quita las gafas Cartier de piloto espacial y ordena una cerveza para ponerle orden a la resaca.
—¿Qué se necesita para ser buchona?
—Estar buena, mi rey, estar bien buenota
—entonces se levanta y se luce caminando como si estuviera en una pasarela de Milán. Disfruta su vanidad, le paladea provocar la envidia.
Y no exagera: un requisito indispensable para que los buchones miren a mujeres como Fuego es, precisamente, su belleza natural.
Lo demás que le cuelguen o le pongan son sólo juegos pirotécnicos.
Pero otra cláusula es el riesgo.
“Tú sabes que si andas con un buchón también caes con él”, dice y acaricia la panza del envase de Corona. “A una amiga la ejecutaron junto con el morro que andaba, a eso te expones”.
—Entonces, ¿por qué arriesgarse?
—Porque necesitas dinero. Mis padres son muy pobres y yo tengo que pagar mi celular, mi universidad, mi ropa, tengo que cuidar mi cabello, mis uñas y eso cuesta un chingo.
Fuego suele gastar al mes entre 50 y 70 mil pesos. Pero hay noches, como cuando a Culiacán llega la Feria Ganadera, en que su buchón le ha dado 30 mil pesos para vestirse para la ocasión.
—¿Y ustedes en qué se fijan? ¿Qué las atrapa de ellos?
—El dinero —y sonríe como si se avergonzara, pero Fuego se considera una desfachatada—. Nos fijamos en que su ropa tenga marcas, que tengan buena camioneta, que sean lo bastante extravagantes, porque ahí siempre hay dinero.
—¿Y si sólo es un parapeto, si resulta que no tienen dinero, pero se ven bien?
—Entonces los mandas a la chingada. En eso te das cuenta de inmediato: le dices que te compre algo y si te pone un pretexto, entonces ya no le sigues el rollo; el que sigue —y voltea a mirarse al espejo que está a sus espaldas, simulando una pared.
—¿Y sólo deben andar con uno o hay libre albedrío?
—No, la regla dice que sólo debes andar con él. Son muy celosos. Una amiga se atrevió andar con otro al mismo tiempo y el bato la madreó bien feo. Para sobrevivir hay que respetar el mayor número de reglas.
Y los estatutos buchones dicen:
La buchona es de quien la trabaja.
Las buchonas no trafican, sólo se benefician de las ganancias.
Entre buchones no se arrebatan las mujeres; ellas deciden cuándo termina. “Nosotras sí sabemos cómo desarmar a estas bestias”, se jacta.
Si le regalan una casa a la mujer en turno, sólo es para que ambos tengan sus zooms sexuales. Si es violado el artículo: “Te matan. Una amiga llevó a su novio formal y los encontraron; la muerte apareció en el periódico, le pusieron que fue un crimen pasional y esas mamadas”.
Y si el compa invierte, la buchona debe estar dispuesta a todo.
“Una vez, un buchón gastó en mí como cien mil pesos y se los cobró en el motel. Pagué cara la inversión”.
—¿Y siempre se paga caro?
—Pues es que depende la inteligencia. Con ese morro, la verdad, sí tuve miedo, porque me puso la pistola en la boca. Pero te puedes apartar si juegas con la cabeza. Por ejemplo: si ves que ya quieren llevarte a la cama y el plebe está guapo, pues le entras, no hay pedo; pero si está feo el cabrón, porque muchos son feos, entonces les presentas a otra amiga y con eso calman su calentura. Otras veces, si están muy piñados contigo, entonces desapareces de Culiacán hasta que anden con otra morra y te olviden.
—¿Y cuántas veces has tenido que desaparecer de Culiacán?
—Pues quise hacerlo una vez, pero te digo que me puso la pistola en la boca. Pero mis amigas lo hacen seguido. Hace poco le llamaron a uno para que las llevara a un antro, les pagó todo y hasta les dio dinero para que se compraran lo que quisieran en la plaza. Entonces le dijeron que iban al baño y se fueron del antro, lo dejaron colgado. Esa misma noche el bato las estaba buscando para matarlas, pero a las pocas semanas lo ejecutaron en la sierra y pues mis amigas pudieron salir de donde estaban escondidas.
Fuego no sólo ha sentido el cañón de un revólver, también el de un cuerno de chivo y los dientes de un cuchillo. Pero sobre eso no quiere abundar.
“Lo bueno de mí y de mis amigas es que somos como los perros: nos acostumbramos muy rápido a los nuevos amos”.
Después de un par de cervezas Fuego tiene la boca grande y los oídos pequeños. En otras palabras: no escucha y no para de hablar.
Dice que todos los días se levanta a mediodía, que todas las noches sale con el buchón en turno, que les paga en dólares a sus maestros para acreditar las materias y así se olvida que debe acudir a la escuela, que prefiere los BMW pero aquí creen que esos autos son para los homosexuales, que sus padres no le recriminan su forma de vida porque ella les da entre 15 y 20 mil pesos al mes, que lo más estrafalario que le han regalado ha sido un viaje de un mes en Europa, que si no viste ropa brillante se siente insignificante, que las buchonas siempre deben brillar, que le gusta conocer a los capos pesados porque entonces ella gana respeto en el mundo del narco, que no se droga, que le gustan los mariscos y la cerveza, que no hace ejercicio, que ayer le trajeron de Nueva York un vestido Armani y está muy emocionada, que manejaba un camionetón pero como ya no anda con el compa, tuvo que entregarle las llaves, que aprendió a tirar un arma en un rancho, que le gusta ir a los bautizos de hijos de buchones porque dan centenarios en el bolo, que sus antros favoritos son La Tequilera y El República, porque ahí siempre hay quien cargue más dinero que el otro, que con el buchón que anda le ha dado unos 300 mil pesos todavía sin nada a cambio y que espera en Dios que siempre siga “bien buenota”.
Al final le digo que parecía un ángel cuando llegó. Se echa a reír, se mira por enésima vez en el espejo para alimentar su narcisismo. Pero le digo que después de escucharla, sin ofender, parece más el vecino del diablo. “Entonces en tu texto ponme Fuego o algo así”.
Se le quedó Fuego.
Caprichos buchones:
“Cuenta que a la mujer de un buchón le sacaba tanto de quicio el manchado natural del mármol italiano, que lo mandó a quitar para colocar una alfombra amarillenta traída del Medio Oriente. Que otro todavía viaja en su jet a Arizona sólo para ir al cine con la mujer en turno. Que uno, cuando se casó, mandó a tapizar con rosas rojas y blancas las escaleras del hotel. Que hay quienes compran celulares únicamente para telefonearles a sus novias una vez y luego los tiran. Que un amigo suyo acaba de comprar una mesa de billar con las buchacas de oro, porque así lo deseaba su esposa. Se acuerda de otro que ordenó destruir los armarios de cedro tallado por unos de PVC que le agradaron a su morra. Que un conocido mandó a traer un piano de cola a Francia para regalárselo a su mujer. Y dice que hace poco un compadre, para festejar el cumpleaños a su esposa, paseó a la mujer en un auto convertible con banda, globos y peluches.”